El autor es un prestigioso médico y biólogo norteamericano, dedicado desde hace años a la filosofía, especialmente a la Bioética. Imparte cursos en la universidad de Chicago y es famoso por haber dirigido el Consejo de Bioética del gobierno de Georges Bush. Es judío practicante.
El libro es un ensayo ameno y profundo sobre la conducta alimentaria. Se basa en una antropología realista, abierta a la trascendencia, en la línea de la filosofía perenne de Occidente. Encuadra admirablemente la cultura gastronómica en el marco de la tradición grecorromana y judeocristiana, aportando sugerencias muy luminosas sobre el gusto, la hospitalidad, la sobremesa, los modales, etc, y sobre los valores humanos que todo ello comporta.
Los conceptos antropológicos que se emplean están tomados muy directamente de Aristóteles, al que se cita con frecuencia: alma, naturaleza, forma, materia, causa, razón, etc., con sus consiguientes ventajas e inconvenientes.
Entre las ventajas está el empleo, abierto y sin prejuicios, desde el título mismo del libro, de la noción de alma, de enorme riqueza en Occidente, y tan oscurecida por el dualismo platónico-cartesiano y por el idealismo moderno. Kass lo emplea en su sentido preciso: el alma es la forma del cuerpo (pp. 80-102), y desde ahí realiza una aguda crítica al mecanicismo y al materialismo modernos.
El inconveniente es que la antropología aristotélica ha sido superada en muchos aspectos por la noción de persona, de raíz netamente cristiana, y que apenas se tiene en cuenta en el libro (aquí Kass, judío practicante, demuestra conocer poco el pensamiento cristiano). A nuestro juicio la noción de persona contiene elementos que son fundamentales para comprender a fondo el significado de la comida, los cuales escapan al análisis de Kass, sobre todo la intimidad (la persona es dueña de sí y trasciende su naturaleza) y la comunión (la persona está constitutivamente orientada al amor). Para Kass el hombre no es más que su naturaleza, el amor no es más que una parte de las virtudes que la perfeccionan, y la ética se reduce a fin de cuentas al juicio que merecen nuestros actos ante los demás (p. 140), todo lo cual es verdad pero no toda la verdad.
Kass, por otra parte, pone en juego su amplia erudición biológica para explicar el fenómeno del apetito, el gusto y los usos gastronómicos, haciendo hincapié en las similitudes del hambre humana y el hambre animal, y comparando los mecanismos psicofisiológicos respectivos. Esta insistencia en lo “animal” que hay en el hombre deriva, a nuestro juicio, hacia cierto biologicismo, que desdibuja lo específicamente humano. Es una clara consecuencia del mencionado enfoque filosófico, rígidamente aristotélico, y por tanto más cosmológico que antropológico. Se trata, no obstante, de un ligero matiz, pues en el conjunto de la obra queda destacada, con suficiente claridad, la distancia que nos separa de los animales.
El último capítulo hace un análisis de la comida en perspectiva religiosa, concretamente a la luz del Antiguo Testamento (Génesis y Levítico). Sin ocultar su condición de judío practicante, el autor hace a este propósito consideraciones de valor filosófico universal, bellas y sugerentes. En cuanto al estudio de la comida en el Nuevo Testamento, el autor lo deja, con modestia y honradez, a autores con una formación cristiana más sólida que la suya. Esta carencia ha sido subsanada, brevemente pero con acierto, en el jugoso prólogo de Alejo José G. Sison.
En este último capítulo Kass hace incidentalmente una afirmación que raya en lo grotesco: pretende fundar la teoría del contrato social en la Biblia. Según él, con el diluvio universal «el hombre emerge de lo que Rousseau más tarde llamaría el estado de naturaleza y se convierte en un ser civilizado o político, en el momento en que, reemplanzado el derecho a la violencia, la naturaleza fue sometida a la ley» (p. 332-333).
No obstante, a pesar de estos defectos, el libro me parece en su conjunto muy valioso, además de documentado, y ameno. Merece estar en toda buena biblioteca sobre Teoría del Hogar.
PPR
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