viernes, 22 de julio de 2011

Rafael CORAZÓN, Filosofía del trabajo

Rafael, CORAZÓN, Filosofía del trabajo, Rialp, Madrid 2007, 164 págs


El autor es doctor en Filosofía y Letras y profesor de Filosofía en un Instituto de Málaga; es autor de unos veinte libros y numerosos artículos en revistas especializadas.

En esta obra sigue de cerca a los filósofos Leonardo Polo y Robert Spaemann; de ellos se insertan en el texto amplias citas, lo que vuelve la lectura algo fatigosa.

La obra se divide en tres partes:

I. El hombre y el mundo

II. La dimensión objetiva del trabajo

III. La dimensión subjetiva del trabajo

En la primera se indaga en la esencia del trabajo en el contexto de la relación del hombre con el mundo. Para la tradición griega esta relación consiste principalmente en el tener: el hombre, dice Aristóteles, es el ser que tiene logos (inteligencia), que se tiene a sí mismo mediante las virtudes (hábitos), y que tiene objetos (habita lugares, confecciona y usa herramientas, etc). El trabajo se encuentra al servicio de esta última posesión, la de los objetos de la naturaleza. Pero esta no es la forma de posesión más elevada y dignificante, sino la que se adquiere con la conducta virtuosa (praxis), característica de los hombres sabios y los auténticos ciudadanos. En cambio el trabajo manual (poíesis), es secundario y accesorio, incluso vergonzoso, ya que sirve para cubrir unas necesidades que nos asemejan a los animales; por eso mismo debe reservarse a los a los esclavos. Se abre así una brecha entre trabajo y contemplación, poíesis y theoria, que perdurará hasta la Edad Moderna. No obstante, con la llegada de Cristianismo este dualismo se suaviza, ya que Cristo mismo trabajó, pero subsiste el menosprecio del trabajo manual (oficios serviles) en favor de las artes liberales, orientadas a la contemplación (teoría).
En la Edad Moderna el planteamiento del trabajo es diametralmente opuesto. Ya no consiste en una relación con la naturaleza —ya se trate del sabio o del esclavo—, sino en una afirmación de la libertad autónoma. Trabajar es hacerse a sí mismo. «Kant advierte, por ejemplo, que no es la sabiduría la fuente de la dignidad humana, sino la libertad, gracias a ella el hombre se hace autónomo, dueño de sí mismo, independiente.» (p. 37).

En las partes II y III del libro se expone más detalladamente esta concepción moderna de trabajo, que es la que nos envuelve en la actualidad. Lo resumiremos esquemáticamente en los siguientes puntos:

— En la época moderna el trabajo se concibe como autorrealización. El hombre se crea a sí mismo con su libertad.

— Cambia la idea de naturaleza. «En la época moderna la naturaleza pierde su entidad y se transforma en objeto, en producto, en el campo en el que el hombre puede actuar a su antojo, porque no tiene más valor que el que él quiera darle» (p. 94)

— Si antes la naturaleza era raíz de la actividad humana, y por tanto del trabajo, ahora ocurre a la inversa: el trabajo se despliega al margen, o incluso en contra de la naturaleza; ésta es su punto de partida, el terminus a quo de la libertad.

— Como consecuencia, la persona ya no se humaniza mediante sus hábitos morales sino con sus producciones. Ya no se posee por las virtudes (por las que era causa sibi, causa para sí) sino por el resultado de su trabajo, convirtiéndose en autoproducto (causa sui, causa de sí).

— Y dado que los productos son posesiones, el auténtico hombre es, ante todo, propietario (p. 49). Ser equivale a tener, y se es más en la medida que se posee más (p. 95).

— Como los productos son objetos y no personas, es decir, medios y no fines, la citada actitud abre las puertas al hedonismo y el utilitarismo (primacía de las cosas sobre las personas, tratar a las personas como cosas), y sienta las bases del consumismo actual.

— Paradójicamente el medio se convierte en fin. Es lo que el profesor Leonardo Polo llama “el principio del resultado”.

—De todo ello surge una nueva ética. La felicidad ya no consiste en el ser sino en el tener, y por eso se persigue, no la vida buena, que era el ideal clásico, sino la buena vida.

— En el mundo clásico (Platón, Aristóteles) la poíesis estaba orientada a la praxis. En la modernidad se invierte el orden, lo que implica que la ética cede su papel a la técnica. La felicidad deviene así una técnica y un producto.

— La poíesis, o sea el trabajo, pierde su valor intrínseco en cuanto cultivo simultáneo del mundo y de la persona, como un diálogo constructivo entre ambos; ahora su valor se mide por su resultado práctico. Trabajar es producir. Y producir es crear realidades con valor de cambio, traducibles en magnitudes económicas.

El autor crítica con agudeza esta visión pobre y deshumanizadora, pero también aporta nuevas perspectivas para entender el trabajo en toda su riqueza. Al final del libro da pistas para reconciliar trabajo y contemplación, superando así la vieja dicotomía clásica (p. 144-148). Y ofrece las claves para una auténtica ética del trabajo, centrada en la persona y su comunión con los demás.

En perspectiva doméstica

La lectura del libro me sugiere algunas reflexiones en el marco de una Teoría del Hogar. Las enumero a continuación.

1

En la modernidad, como hemos visto, trabajo y naturaleza se presentan en contraposición: donde empieza uno acaba el otro. Por consiguiente, una labor realizada en continuidad con la naturaleza, siguiendo sus pautas y reforzando sus tendencias no podrá considerarse nunca un verdadero trabajo. Y esto es justamente lo que sucede con el trabajo del hogar. Más aún, el ama de casa, por el hecho de serlo, estaría renunciando a su humanidad y quedando “absorbida” por la naturaleza.

Aquí reside, como vemos, uno de los antecedentes teóricos del actual menosprecio por el hogar (el otro antecedente es el intelectualismo de la tradición griega). El feminismo contemporáneo lo hará suyo y lo divulgará mediante fórmulas incisivas y eficaces. Así, Simone de Beauvoir incorporará al vocabulario feminista el término inmanencia para referirse a las tareas del hogar, esa especie de entierro en vida, que se opone a la trascendencia, es decir, la actividad profesional y política. En la misma línea, Hanna Arendt, distinguirá el labor of our body (tareas dirigidas a satisfacer las necesidades básicas) del work of our hands (las demás labores, que constituyen el auténtico trabajo); lo primero es propio del animal laborans (¡eso sería el ama de casa!), y lo segundo, del homo faber.

Se trata, evidentemente, de un prejuicio ideológico del todo anacrónico y rechazable hoy día, que impide captar el mundo del trabajo en toda su riqueza. Y no sólo eso sino que, por muy común que sea en el discurso feminista, este lenguaje conserva y perpetúa un inequívoco sesgo sexista, propio de su origen ilustrado.

2

Según hemos visto, el planteamiento moderno del trabajo lleva consigo y refuerza una cierta antropología, una determinada idea del hombre. Es el hombre autorrealizado en sus productos, el hombre-propietario, volcado en las cosas más que en las personas. Es evidente que alguien así camina hacia la soledad y la destrucción. Sobre este trasfondo es donde la luz del hogar resplandece hoy con más fuerza que nunca. Entendido como comunidad y escuela de trabajo, el hogar desempeña en la actualidad, a mi juicio, un papel propedéutico de cara a todas las profesiones: es punto de referencia necesario para revertir la lógica utilitarista. En el hogar, en efecto, se enseña a referir las cosas a las personas, los medios a los fines; allí es donde se aprende que el hombre dependiente y relacionado es más fuerte y más eficaz, y mejor ciudadano, que el hombre autosuficiente y utilitarista.

3

Otra consecuencia negativa del trabajo reducido a producción, del trabajo definido y medido por sus productos, es el oscurecimiento de la noción de servicio. El verdadero servicio, en rigor, nunca podrá ser un producto, y mucho menos una mercancía. Sin embargo sí que es un ingrediente de todas las profesiones, en especial las del sector terciario. En efecto, el concepto de profesión (de profiteor, ‘declararse, comprometerse’) es, desde el punto de vista antropológico, perfectamente coherente con el de servicio. Más aún, el servicio personal tiende de suyo a materializarse en trabajo y proyectarse en el bien común. Hay, por consiguiente, multitud de aspectos de servicio personal, que deben considerarse como ingredientes lógicos y necesarios de muchas profesiones, tal vez de todas. Me refiero a elementos de tipo emocional y relacional como la amabilidad, la fidelidad, la confianza, la ternura, la empatía, la abnegación, la elegancia, la admiración, etc. También aquí el hogar está llamado a cumplir una función propedéutica de primera categoría.

PPR

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