CAPEL Martínez, Rosa Mª, Mujer y trabajo en el siglo XX, Cuadernos de Historia nº 65, Arco Libros, Madrid 1999
Breve librito (96 páginas) en el que se estudia la evolución del trabajo femenino fuera del hogar en los dos últimos siglos. El análisis se centra en el ámbito europeo, con particular referencia a España.
La perspectiva que se adopta es principalmente histórica, sociológica y económica. Apoyándose en abundantes cifras, estadísticas y gráficos, la autora detalla la participación de la mujer en el mercado laboral, tímida y reticente a comienzos del XIX, y amplia y decidida después, sobre todo tras la II Guerra Mundial y a impulsos de los movimientos feministas.
Aunque se aporta al final una buena bibliografía, el texto carece de pies de página, por lo que no es posible contrastar las afirmaciones que se hacen. Ignoro si es una opción metodológica de la autora o una imposición editorial, pero opino que resta consistencia a un estudio de este tipo.
El estilo no es ameno; la abundancia de cifras y porcentajes dificultan la visión de conjunto. Se echa en falta un resumen más sintético de cada período. No obstante se trata de un trabajo riguroso e interesante.
CONTENIDO
En este proceso histórico pueden distinguirse cuatro etapas, que resumo en pocas pinceladas:
a) Rechazo frontal a mediados del XIX
Según la autora, entre 1780 y 1830 predomina en Europa una concepción particularmente rígida del reparto de tareas entre hombres y mujeres. Ello se debe en gran medida a la antropología naturalista heredada de la Ilustración, según la cual a la mujer le incumben por naturaleza ciertos roles y tareas, de los que no puede evadirse so pena de perder su feminidad. Tal postura, como es obvio, implica un rechazo frontal al trabajo femenino fuera del hogar. La sociedad, sin embargo, hubo de flexibilizar tales planteamientos, aunque sólo fuera por las exigencias reales de tantas familias pobres, pero también por la incipiente crítica intelectual y política a estas ideas.
b) Revolución industrial y primeras disposiciones legales
A mediados del XIX se consolida el empleo como institución social con caracteres propios: es decir, como marca de estatus social y como punto de inserción en la vida pública mediante instituciones y organismos más amplios, como la empresa y los sindicatos (cfr p. 9). Tanta consideración llega a tener, que el trabajo se convierte «casi en una nueva religión» (p. 11)
Por otra parte la pujante Revolución Industrial, necesitada de mano de obra barata y masiva, atrae a muchas mujeres a las fábricas. Es un trabajo duro, especialmente para ellas, realizado en condiciones muchas veces abusivas. En algunos casos la jornada podía alargarse hasta las 17 horas.
La primera legislación laboral que ampara, de modo específico, a la mujer trabajadora surge en Inglaterra durante el periodo 1830-40, y de ahí pasará a otros países (p. 27).
Con el nuevo siglo, la I Guerra Mundial reforzará esta tendencia al trabajo femenino extradoméstico, en este caso por motivos obvios, ya que los varones estaban en el campo de batalla (cfr p. 40).
En este periodo se feminiza más que nunca el sector servicios. Además de empleada doméstica, prolifera el trabajo de dependienta, ligado a la difusión de la caja registradora. (cfr p. 27).
En 1919 se funda la OIT (Organización Internacional del Trabajo), que contribuirá a superar viejos prejuicios y a normalizar el trabajo extradoméstico de la mujer. Afirma por ejemplo en uno de sus documentos: «todos los seres humanos cualesquiera que sea su raza, su creencia o su sexo tengan derecho de proseguir su progreso material y su desarrollo espiritual dentro de la libertad y la dignidad, completa seguridad económica y con iguales oportunidades» (p. 38).
c) Crisis del 29 y II Guerra Mundial
Tras la crisis económica de 1929 el empleo femenino decae. Más aún, muchos lo señalan como una de las causas de la crisis, al provocar el desempleo masculino. Algunos gobiernos incluso persuaden a las empresas de no contratar mujeres, sobre todo casadas. A lo cual se añade en Alemania e Italia que los gobiernos, nazi y fascista, prohíben el acceso de mujeres a la función pública. Y reprimen de diversos modos el empleo femenino, exaltando las tareas del hogar en el sentido reductivo, antes mencionado (cfr pp. 39-40). De modo análogo procederá el régimen de Franco mediante el Fuero del Trabajo de 1938.
e) Desde 1950 a nuestros días
La convención nº 100 de la OIT supuso un hito en el trabajo femenino al establecer, en 1951, el principio de «igual salario a igual trabajo», que se recogerá en el artículo 119 del Tratado de Roma (1957).
«Acabada la II Guerra Mundial, resurgen las campañas ensalzando el prototipo sociológico del ama de casa, cuya dedicación exclusiva a los deberes domésticos se incluye en la noción de bienestar» (p. 46).
«La expansión del sector terciario desde el final de la II Guerra mundial hasta hoy dentro de las economías occidentales, le convierte en el gran impulsor y capitalizador del empleo femenino» (p. 61).
Desde entonces se va afianzando entre las mujeres la concepción del trabajo fuera de casa en términos de carrera profesional, fuente de satisfacción y realización personal (cfr p. 51).
En perspectiva doméstica
La lectura del libro suscita otras cuestiones más de fondo, sobre las que querría llamar la atención. Como es comprensible, el libro aborda el trabajo femenino usando los tecnicismos y conceptos habituales en las ciencias sociales modernas. Me refiero a expresiones como “trabajo productivo”, “mercado laboral”, “población activa”, “invisibilidad”, etc. La utilidad de estos conceptos en el caso femenino es, a mi juicio, lo primero que habría que cuestionar, pues dan lugar a extraños equívocos y reduccionimos. La misma palabra “trabajo”, que figura en el título de la obra (Mujer y trabajo en el siglo XX), es interpretada por la autora en un sentido asombrosamente estrecho, como sinónimo de «mundo productivo extradoméstico» (p. 10). Tal reducción, obviamente, deja fuera de consideración la mayor parte del trabajo que realizan la mayor parte de mujeres, o sea, el doméstico. A efectos sociológicos y económicos —que son los que interesan a la autora— esta actividad sería, sencillamente, un no-trabajo. Y por mucho esfuerzo y sudores que cueste, la persona que lo desempeña sería una no-trabajadora, pues se encuentra fuera del mercado laboral, y también al margen de la población activa, lo que la equipara a los enfermos, los ancianos y los niños.
Es cierto que este vocabulario no entraña necesariamente un juicio peyorativo para el ama de casa, sino que persigue tan solo un análisis de la realidad lo más preciso posible. Ahora bien, cuando la realidad analizada es el trabajo de la mujer, estas herramientas se demuestran claramente insuficientes y obsoletas. ¿Quién negará, en efecto, que la labor doméstica representa una intensa actividad social, creadora de riqueza, no sólo moral y cultural, sino económica? Sin economía en sentido etimológico (cuidado de la casa) no es concebible la economía en sentido moderno (administración de la riqueza de un país).
Aunque no pueda computarse inmediatamente como trabajo-mercancía, como pieza del mercado laboral, la labor doméstica tiende puentes —de iniciación pedagógica, de inspiración creativa, de referencia moral— hacia todas las actividades productivas y todas las ramas profesionales. Todos los oficios, en efecto, están representados en ella como en embrión, y en esa medida es escuela de civismo y de trabajo en equipo.
Es lástima que se pase por alto este dinamismo laboral intradoméstico, pues en él reside la clave para comprender la actividad femenina fuera del hogar, así como su peculiaridad, su fecundidad, y su trascendencia.
PPR
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