martes, 30 de agosto de 2011

Sara RUDDICK, Maternal Thinking



Sara Ruddick, Maternal Thinking
Para la presente reseña sigo la edición italiana, de la que tomo las referencias: Sara RUDDICK, Il pensiero materno. Pacifismo, antimilitarismo, nonviolenza: il pensiero della differenza per una nuova politica, Red edizioni, Como 1993.

Aunque también he cotejado el texto con la versión inglesa:

Sara RUDDICK, Maternal Thinking: Toward a Politics of Peace, Bacon Press, Boston, 1989

Sara Ruddick (1935 - 2011), fue profesora de filosofía y estudios feministas durante casi 40 años en la New School for Social Research de Nueva York. Es conocida principalmente por la teoría que expone en este libro. Estaba casada y era madre de dos hijos.

CONTENIDO
El libro gira en torno al concepto de maternidad, o más bien de actividad materna (mothering), pero entendida —esta precisión es clave— no como función biológica o rol social sino, como conjunto de actividades cotidianas orientadas a proteger, criar y educar a los niños, de ahí que también la llame práctica o trabajo materno. Ruddick evita referirse a ello con la expresión “tareas o labores domésticas”, quizá para destacar la relación madre-hijo por encima de los aspectos administrativos, o tal vez para eludir connotaciones tradicionalistas, pero es obvio que la fórmula trabajo materno se refiere a este ámbito de la actividad humana.


Característica de este trabajo, según la autora, es que conforma la mente de la madre a la vez que la del hijo.

De la necesidad de pensar (sobre la protección, crianza y aceptación social) emerge una disciplina específica” (p. 37).

Más aún, genera en la persona un estilo mental (cognitive style, p. 96) de gran profundidad y calado filosófico.

“Cuando hablo de pensamiento materno me refiero a las capacidades intelectuales que una madre desarrolla, a los juicios que expresa, a las tendencias metafísicas que asume, a los valores que afirma. Como el científico que se concentra sobre su experimento, el crítico que trabaja en un texto, o el historiador que valora un documento, una madre que se encarga de sus hijos está comprometida en una verdadera disciplina” (p. 37).

De todo ello deriva un empleo de la palabra ‘madre’ del todo peculiar, exclusivo de Ruddick: ‘madre’ es cualquier persona que ejerce el trabajo materno, incluidos los varones.

“Cualquiera (él o ella) que se comprometa a responder a las demandas del niño, y dedique una parte considerable de su tiempo a trabajar sus respuestas, es una madre” (Prefacio).

Más abajo comentaremos esta opción metodológica; por lo pronto advertimos al lector que mantendremos esta acepción de la palabra ‘madre’ en esta reseña, a menos que digamos otra cosa, a fin de seguir mejor el pensamiento de Ruddick.

Partiendo de esta premisa Ruddick sostiene que es inherente al pensamiento maternal el rechazo de la violencia a todos los niveles. Desde el seno del hogar, este pensamiento está llamado a trascender a la sociedad, empujando hacia el activismo en pro de la no-violencia. Las madres, pues, son las mejor capacitadas intelectualmente para promover la paz y resistir el militarismo y la guerra, más aún, están llamadas a ello.

La raíz profunda de esta actitud se encuentra en el talento de las madres para percibir la vida humana en su vulnerabilidad, en su condición necesitada.

“Satisfacer la exigencia de protección del niño no requiere amor o ternura, sino percibir su vulnerabilidad. Proteger la vida del niño es el objetivo central, esencial y constante de la práctica materna; el empeño por conseguirlo es la esencia misma del acto materno” (p. 32).

ASPECTOS POSITIVOS

1. El libro rebosa admiración por el trabajo materno y afirma sin ambages su proyección social, más aún, lo considera cargado de extraordinaria fuerza política (p. 104). Defiende esta postura, además, desde la más auténtica tradición feminista.

“El trabajo materno es uno de los trabajos humanos más importantes, cuyas luchas y pensamiento merecen un análisis profundo” (p. 64)

2. Argumenta filosóficamente, huyendo de la sospecha metódica frente a todo lo masculino, que practican otras autoras feministas. Al contrario, no duda en agradecer la colaboración de su marido en las tareas del ‘trabajo materno’ en su propia familia. (p. 86)

3. En el terreno educativo defiende del carácter específicamente moral de la formación que imparte la madre a sus hijos; una moral, además, centrada en las virtudes (cfr todo el apartado II.5 La educación: ¿un trabajo de conciencia?, p. 133-157). Entre las virtudes que la madre ha de enseñar encarnándolas se citan la humildad (p. 98), la fidelidad (p. 149), la responsabilidad (p. 148), la sinceridad (p. 139), la lealtad (p. 150), la diligencia (p.151), el amor en cuanto virtud (p. 151), etc. Todo ello, como es lógico, resulta enormemente atrevido —transgresivo— en el contexto de los estudios de género, que tienden a ver en las virtudes domésticas una herramienta del patriarcado.

4. Implícitamente se remite a la naturaleza humana como fuente de moralidad, y lo hace desde el más puro feminismo. A propósito de la educación, por ejemplo, argumenta que si se niega que una parte notable del carácter del niño es innata, sus defectos se atribuirán a una educación deficiente por parte de la madre y se acabará culpándola a ella, lo cual sería injusto y sexista (cfr p. 50).

5. En línea con lo anterior, también se opone al relativismo cultural, ligado al relativismo moral:

“El hecho de que los cuidados que requiere el niño sean específicos según las culturas y épocas históricas no quiere decir que estos cuidados sean una creación cultural, o que lo sea la complejidad de este crecimiento” (p. 33).

6. Aboga decididamente por calificar de verdadero trabajo —en sentido económico y social— al ‘trabajo de cuidado’ (caring labor), en pie de igualdad con los oficios extradomésticos (p. 168).

7. Postula el análisis de los sentimientos como método serio e indispensable para alcanzar un auténtico conocimiento de las personas, con sus carencias y debilidades. Con ello supera la estrechez del racionalismo, que menosprecia los sentimientos como tema de reflexión filosófica, reduciéndolos a meros estados psicológicos (p. 94).

“Una valoración reflexiva sobre los sentimientos es una actividad racional distintiva de las madres. En el pensamiento materno los sentimientos son sólidos pero complicados instrumentos de trabajo… En vez de separar la razón de los sentimientos, la práctica materna hace de la reflexión sobre los sentimientos una de las conquistas más difíciles de la razón” (p. 94).

8. Sus conceptos de ‘cuerpo humano’ o ‘carne’ (human flesh) son muy cercanos a planteamientos fenomenológicos y personalistas (Maurice Merleau-Ponty, Gabriel Marcel, Enmanuel Mounier, etc), lo cual implica un distanciamiento del rígido dualismo antropológico que caracteriza gran parte de la ideología de género (el hombre como un “sándwich” de biología y cultura). Cierto que Ruddick alguna vez apela teóricamente a este esquema, pero de hecho sus análisis y conclusiones lo rebasan, más aún, apuntan hacia la unidad de la persona.

9. Su noción de pensamiento concreto (concrete thinking), que nace del oficio materno y del cuidado de los demás, ilumina admirablemente la reflexión sobre el trabajo. Nos recuerda la tesis del filósofo Richard Sennett, para el cual la esencia de la artesanía reside justamente en esta interacción entre práctica y conocimiento. El trabajo materno sería, pues, una forma de artesanía, en la que tiene lugar “una conexión epistemológica entre práctica y pensamiento, acción y conocimiento” (p. 85).

“Aprendiendo a captar la mente del niño la madre alcanza a desarrollar un conocimiento de un tipo concreto” (p. 121).

“El pensamiento concreto requiere saber escuchar, que es un arte que suelen dominar las madres” (p. 123)

10. Dicho pensamiento concreto también ilumina la actividad educativa, sobre todo en su etapa inicial, la cual debería plantearse ligada siempre al trabajo manual y al servicio al necesitado, o lo que es lo mismo, conectada con sus raíces familiares.

11. Pero sin duda la aportación más original de Ruddick consiste en destacar la relación entre maternidad y cultura de la paz (lástima que las limitaciones de su concepto de ‘madre’ mermen la envergadura de esta gran intuición, cfr infra). En toda práctica materna, dice, hay un pacifismo latente (p. 171), que se opone a cierta virilidad abstracta (abstract masculinity), donde anida una semilla de militarismo. Estas afirmaciones nos recuerdan la reflexión de Gabriel Marcel sobre el “espíritu de abstracción”, raíz de todo totalitarismo (en su libro Los hombres contra lo humano). En otro sentido, también la tesis de Ruddick concuerda con el pensamiento de Juan Pablo II, que llamó a la mujer educadora para la paz (Mensaje 1.I.95, XXVIII Jornada Mundial de la Paz).

OBSERVACIONES CRÍTICAS

Al principio de su libro, Ruddick se declara inserta en la tradición filosófica feminista, partidaria del relativismo ontológico, y seguidora de autores como Habermas y Sartre (cfr nota 1 pág 41). Con tales presupuestos intelectuales es comprensible su dificultad para construir un concepto de ‘madre’ que respete la diferencia y complementariedad entre varón y mujer. La diferencia no estaría, según ella, en la persona —concepto prácticamente ausente en la ideología de género— sino en lo biológico. Y como es natural, “lo biológico”, lo animal, difícilmente puede sustentar el pensamiento filosófico y la acción política, que son dimensiones propias de la práctica materna. Por consiguiente su concepto de ‘madre’ será necesariamente asexuado, neutro, reducido a pura función:

“’Madre’ es aquella persona que asume la responsabilidad de la vida de los propios hijos, y para la cual una parte relevante de la vida laboral consiste en dispensarles todos los cuidados que necesitan. Hablo a posta de ‘persona’, abarcando por igual al varón o a la mujer: de hecho, si bien la mayor parte de las madres son mujeres, la práctica materna puede ser desempeñada del mismo modo por hombres que por mujeres… No niego la diferencia biológica pero, cualquiera que sea la diferencia entre madres de sexo femenino y madres de sexo masculino, no hay motivo, a mi juicio, para creer que un sexo tenga más capacidad que otro para desarrollar el trabajo materno” (p. 56-57).

Podríamos resumir, pues, la postura de Ruddick en la siguiente fórmula: madre = persona que ‘hace’ de madre (cfr p. 56-57). Es obvio que tal ecuación resulta útil y fecunda, como lo demuestra este magnífico libro, pero también presenta inconvenientes insalvables. En primer lugar porque hay un límite en el cual confluyen inevitablemente la madre-oficio y la madre-persona: el parto, el postparto, la lactancia, y las diversas formas de comunicación táctil entre madre e hijo que forman parte integrante de la alimentación y educación tempranas. Este elemento irreductiblemente femenino dentro del oficio materno no encaja en absoluto con la pretendida neutralidad sexual de la ‘madre’, y de hecho Ruddick no alcanza a resolver este punto de modo convincente (pp. 65-69).

Pero no son sólo algunas tareas o etapas infantiles las que reclaman este ingrediente femenino, sino que todo el oficio doméstico, en la medida que es una relación entre personas, presenta forzosamente un carácter sexuado. En efecto, dondequiera que lo personal prevalece sobre lo funcional, allí entran en juego la diferencia y la complementariedad sexuales. El verdadero cuidado, pues, de ningún modo puede ignorar lo específicamente femenino —y lo masculino—, so pena de empobrecerse y desvirtuarse.

No obstante, la ecuación madre = persona que hace de madre mantiene su valor en cuanto sirve para distinguir el plano de lo técnico-laboral (‘hacer de madre’) del plano personal-comunitario (‘vivir y trabajar en complementario’); el problema de Ruddick es que, limitando la palabra ‘madre’ a lo primero, siembra confusión respecto a lo segundo.

Para completar, por tanto, la intuición de Ruddick y expresarla en un lenguaje más preciso, que acoja el matiz de la condición sexuada, pensamos que podría sustituirse perfectamente el término madre, tal como ella lo usa, por el de ama de casa. La ecuación sería entonces ama de casa = persona que ‘hace’ de ama de casa. De este modo el oficio o trabajo de ‘ama de casa’, en cuanto conjunto de competencias técnicas, puede muy bien ser desempeñado y compartido por los varones; la palabra ‘madre’, en cambio, la reservaríamos —como hace el lenguaje corriente— a la madre-mujer, cuyo papel en la familia, lógicamente, es insustituible.

PPR

2 comentarios:

  1. Hola Pablo. Sabés si puedo conseguir el libro en formato PDF. Desde ya, muchas gracias!

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  2. Lu ma, escríbeme a hogarologia@yahoo.es y lo hablamos.

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